Carta abierta: La Sociedad del Miedo

Estimados compatriotas:

 

Dejando atrás la clara cuenta del Presidente de la República, donde explica sus prioridades haciendo centro especial en la agenda valórica y el aborto libre, todos temas lejos de las urgencias y sentir de la mayoría de los chilenos, quisiera reflexionar un poco sobre el momento que vivimos como sociedad.

 

La debilidad institucional en que hemos vivido la última década, donde la autoridad se ha venido debilitando sistemáticamente, ha tenido consecuencias en muchos planos. Quiero referirme a uno de ellos, en específico: Los efectos del miedo en el ejercicio de las atribuciones estatales y deberes funcionarios. Esto es, la desprotección por parte del Estado, la inseguridad consecuente y finalmente el incremento del terror.

 

Pero vamos un poco atrás. Lo que describiré como la “Sociedad del Miedo” fue precedida por el triunfo del cinismo en su concepción moderna, que a partir de la visión negativa de un conjunto de privilegios mundanos -como podrían ser el éxito, fama y el dinero-, evolucionó hacia la desconfianza radical: no hay bondad posible en el otro, que vive inmerso en la búsqueda de dichos privilegios. Llegamos así a la “Sociedad de la Desconfianza”, de la que de fines de los noventa en adelante formamos parte.

 

La “Sociedad de la Desconfianza” nos envolvió con muchos efectos. Algunos de ellos, por ejemplo, fueron asumir que, tras cualquier transacción comercial, siempre existiría un abuso. Si bien hubo buenas razones para creer en ello -abusos y delitos siempre ha habido-, no debe asumirse que esa es la regla. De caso contrario, la consecuencia en muchos casos es simple. Dado que me van a timar, mejor me avivo primero -si es que el efecto no es paralizarse-. Así, con o sin razón, pero como profecía autocumplida, se debilitan valores fundamentales y empieza el aumento de la delincuencia.

 

Y claro, si ello además va acompañado con un debilitamiento en la creencia de un Ser Superior que nos está mirando siempre -y de las Iglesias que lo sirven en la tierra-, es previsible lo que termina sucediendo.

 

Pues bien, esto avanzó y nos llevó a lo que aquí llamo la “Sociedad del Miedo”. En simple, hoy desconfío del otro y además tengo la certeza que nadie me protegerá. Si la institucionalidad no opera y el Estado no es capaz de darnos seguridad -deber básico para el cual se le crea y financia con impuestos- las consecuencias son fatales: Se produce una nueva profecía autocumplida, pues la ausencia de protección y seguridad arrastra al miedo, y el mismo aumenta la tendencia a no ejercer la autoridad. En suma, sube el delito y baja la autoridad.

 

Lo hemos visto con fuerza los últimos años. Veamos ejemplos. Si el Estado no puede garantizar que un símbolo de nuestra historia común vuelva al espacio público donde siempre estuvo y pueda permanecer en él sin ser vandalizado, entonces mejor no exponer a Baquedano, piensan algunos. Si puede hacerse daño a instalaciones ante un acto de fuerza que priva derechos a otros, mejor cuidar el edificio antes que ejercer la autoridad en beneficio de los afectados y derechos más relevantes. En la administración, aun a riesgo de botar recursos públicos y generar daños desproporcionados, en materia de permisología es preferible denegar que acceder y en materia de recursos, es mejor agotarlos que asumir en justicia que ha habido un error. Total, así nadie podrá decirme nada. O más íntimamente, ante la posibilidad de hacer un bien a riesgo de ser luego juzgado, mejor abstenerse. En fin, todo esto, es el efecto del miedo que deriva, en última instancia, de un problema valórico y de la debilidad institucional. Casos hay muchos. Pero nada peor que el efecto que explicamos produce en el ejercicio de la labor judicial.

 

Me detengo en este efecto de la “Sociedad del Miedo”. Hoy es claro que el Estado no está siendo eficiente en resguardad el orden y la seguridad. Millones de chilenos, que pagan sus impuestos, luego de determinadas horas pierden su libertad ambulatoria y, durante todo el día, el goce de la seguridad individual. Jueces, fiscales, gendarmes y miembros de las fuerzas de orden, así como de la policía, son humanos y parte de esta sociedad que sufre desprotección. Luego, si ya es difícil encerrar a alguien que deja atrás una familia -cuando no una organización criminal-, podrán imaginarse el nivel de heroísmo que deben tener jueces, fiscales, policías, etc., para cumplir su función, pues miedo sin duda tienen, dado que el propio Estado no garantiza ni su seguridad ni la de su familia. Así, algunos se esconden bajo supuestas visiones garantistas -no desconozco que existen académicamente argumentos genuinos tras esto concepto-, pero en su interior muchas veces es el miedo el que los impulsa a buscar argumentos para no aplicar la ley. Hay honrosas excepciones. Pero como esto no debe notarse mucho, ejercen con brutalidad su autoridad con delincuentes -o investigados- asociados a conductas de determinado tipo (económicos, administrativos, accidentes de tránsito u otros), donde los jueces, etc., tienen la certeza que los familiares del personaje no le harán daño.

 

Este asunto tiene otras derivadas, pero en lo propiamente penal y para nos ser acusado de teórico, diré lo siguiente contra convicciones que arrastré por años. Ha llegado el momento de pensar en los jurados, es decir grupos de ciudadanos elegidos por sorteo que se pronuncien sobre los hechos, para que luego el juez determine la pena aplicando las leyes. Esto no deja sólo en el juez el peso de asumir la carga heroica de exponerse al ejercer justicia, pues la dispersa en muchos. El heroísmo es algo poco abundante y en todo caso no exigible como estándar. Quizá diluir la carga permitirá que se ejerza la autoridad.

En fin, quizá ideas como esta y otras mejores podrán empezar a destruir la “Sociedad del Miedo”, para luego entrarle a la de “…la desconfianza”.

Compartir:

Share on facebook
Share on twitter

Más Noticias

Trump: la opción de disuadir o intimidar

(Columna de Rafael Aldunate en El Líbero)   Trump será el Presidente de mayor edad históricamente, el primero elegido entre dos periodos no secuenciales (encomiable vigencia)