Columna de Luis Pardo en La Tercera.
El Gobierno de Chile informó que el Presidente de la República será anfitrión de la “Reunión de Alto Nivel Democracia Siempre”, que contará con la participación de los presidentes de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva; de Colombia, Gustavo Petro; y de Uruguay, Yamandú Orsi, así como del Jefe de Gobierno de España, Pedro Sánchez.
Lo primero que cabe preguntarse es si se trata de una “cumbre” en el sentido clásico que tienen estos encuentros internacionales, esto es, el encuentro de jefes de Estado en el marco de su rol constitucional, que en el caso de Chile consiste en la materialización de nuestra política exterior, o se trata más bien de una “cumbre” político ideológica, como parece ser el caso.
Las políticas de Estado son aquellas que logran un consenso transversal de los partidos políticos y la sociedad, que se extiende de largo plazo en torno a los intereses permanentes de Chile. Así por ejemplo, en materia de política exterior las políticas de Estado en Chile, como lo es la promoción y defensa de la democracia.
Si bien este último es el mismo principio que se invoca para la anunciada cumbre, el perfil de los asistentes, su identificación con el “progresismo” y sus peculiares características, la asemejan más a una cumbre del Foro de Sao Paulo o bien, de la Internacional Socialista que preside precisamente Pedro Sánchez.
En efecto, la cercanía de Pedro Sánchez al régimen dictatorial venezolano a través de su principal operador en Chile, el jefe de Gobierno español José Luis Rodríguez Zapatero, la histórica condescendencia con la dictadura venezolana de Lula y la coincidencia de dicha postura con el presidente colombiano Gustavo Petro, hacen de esta cumbre un encuentro de personalidades que, con la excepción del Presidente Yamandú Orsi de Uruguay, son líderes “progresistas” que avalan un régimen dictatorial como el de Maduro, y por tanto poco pueden aportar a la defensa de la democracia.
Más aún, cuando algunos de ellos, en nombre de la lucha contra la desinformación, amenazan o limitan la libertad de expresión y cuestionan el rol de la prensa.
Se trata entonces de una cumbre cuya organización responde más bien a la filiación ideológica de los gobernantes convocados, que al interés nacional y la política exterior de Chile y por tanto cabe cuestionar a lo menos dos aspectos fundamentales.
El primero es constatar una vez más como durante toda la política exterior se ha desdibujado durante el actual gobierno, “atendiendo” el cargo por sobre la rigurosidad y fidelidad que demanda el sistema presidencial en una política coherente en el tiempo. Se da la contradicción de que el Canciller no fue informado por La Moneda, ni tampoco el Presidente de la República consultó al Congreso, que el Presidente puede hacerlo por cierto, pero que no exime de las impulsos personales el rumbo a hacer.
La cumbre parece responder más a los intereses ideológicos del Presidente y sus asesores que a los intereses permanentes de los estados convocados, lo que no sólo genera incertidumbre en nuestros socios internacionales, sino que desdibuja las convicciones de los países que, en defensa de la democracia, tienen hoy un rol que cumplir en la región.
En segundo lugar, si lo que se busca es un beneficio para la democracia, entonces cabe preguntarse cuál es la pertinencia de esta cumbre para el interés nacional y exterior de Chile, cabe cuestionar el criterio con que se cursaron las invitaciones, especialmente del anfitrión como es su derecho.
Así, esta “cumbre” no contribuye al prestigio de la democracia.