Opinión de Pablo Rodríguez en El Mostrador
Lo habitual es que los aspirantes a La Moneda modifiquen sus contenidos para la segunda vuelta, cuando tienen que salir a buscar nuevos apoyos políticos para ganar.
En tiempos donde prima la personalización de la política, los programas de las candidaturas presidenciales son muy importantes. Son expresión de los principios, ideas y visiones y tienen un enorme impacto en el diseño e implementación de políticas públicas.
Asimismo, constituyen una hoja de ruta, reflejan la preparación de sus equipos y el tiempo dedicado a esta tarea, y permiten que los gobernantes rindan cuenta ante la ciudadanía a la hora de evaluar las promesas de campaña y su posterior cumplimiento.
Además, en un contexto fiscal muy complejo, son relevantes las medidas económicas que se anuncien, así como las fuentes para financiar ajustes o generar nuevos ingresos para políticas sociales. En este sentido, son vitales para entregar certezas a los actores políticos y económicos sobre la responsabilidad del candidato y la viabilidad de lo prometido.
Es cierto que su realización depende de las mayorías legislativas –más aún en un Congreso fragmentado–, y están sujetos a la coyuntura, pero también plasman una proyección más allá del período presidencial.
Por ejemplo, el expresidente Piñera –en su primer Gobierno– tuvo que asumir la reconstrucción por el terremoto y tsunami de 2010 y, en su segundo mandato, le tocó enfrentar una pandemia. La expresidenta Bachelet diseñó un programa cuyos ejes principales de reformas –especialmente educacional y tributaria– se plasmaron en leyes y sus resultados aún siguen en discusión. En tanto, el Presidente Boric no pudo desplegar todos sus proyectos ante el rechazo a la propuesta de la Convención Constitucional en 2022.
Por esto, es cuestionable que Marco Enríquez-Ominami anunciara recién durante el debate que dará a conocer su programa después de las Fiestas Patrias, junto con los equipos que lo acompañarán. En la misma línea, Jeannette Jara ha señalado que su programa está en construcción, con comisiones trabajando en un texto que represente a las distintas sensibilidades –desde la centroizquierda a la izquierda– y que incorpore las propuestas ciudadanas que levantarán desde regiones.
Esta situación es muy llamativa. La candidata del oficialismo (más la Democracia Cristiana) da a entender que el programa presentado a la ciudadanía y los medios de comunicación en agosto está en desarrollo, para no quedar atrás frente al resto de las candidaturas previo a la inscripción. No es creíble que a su plan con 177 medidas ahora se le denomine “lineamientos programáticos”. Lo habitual es que los aspirantes a La Moneda modifiquen sus contenidos para la segunda vuelta, cuando tienen que salir a buscar nuevos apoyos políticos para ganar. Así, de forma inédita, Jara podría llegar a tener hasta cuatro programas: el de primarias, el preliminar, el definitivo de la primera vuelta y, eventualmente, otro texto para la segunda vuelta.
Debemos fomentar un voto responsable y limitar el populismo. Y para ello es vital que los electores conozcan las políticas que los candidatos pretenden llevar a cabo. Relevar la importancia de las propuestas significa no reducir la política al carisma del liderazgo de turno, ni al tono o forma para decir las cosas. Y que sean las diferencias programáticas las que se impongan.